De las cosas que más disfruto en la vida son las caminatas por los senderos que atraviesan las montañas de mi país... verdes de cerca, índigo y violeta a la distancia; en compañía de una multitud de personas o de unas pocas, o en silenciosa soledad, frecuentemente vuelvo a la senda del contacto con el mundo más natural: el que se extiende a mi alrededor y el de mi infinito interior. En las postrimerías del siglo pasado las más de las veces tomé parte en ellas con grupos organizados de veinte o treinta personas en hermosos y extenuantes recorridos de muchos kilómetros que requerían las horas de un día, por lo que resultaba inevitable entablar largas conversaciones y establecer interesantes relaciones, en algunos casos muy cercanas, como la que tuve con Beatriz, la andaluza... Beatrí decía ella, porque como buena sevillana, aspiraba los plurales y las zetas finales; a uno le parecía escucharlas pero se quedaban ahí, en algún sitio entre la lengua y el paladar. Cuando la conocí ya llevaba tres meses trabajando con la Cámara de Comercio Hispano-Colombiana, encargada de la realización de la Guía de Negocios entre los dos países, tarea que le tomaría todo el año, pero que le dejaba suficiente tiempo en temporada de vacaciones y festivos para recorrer esta tierra haciendo viajes a la costa o al amazonas, paseos y caminatas ecológicas, en plan de conocer el país y su gente antes que buscar el descanso y el placer. Qué suerte para alguien con esta idea del turismo, encontrar un guía bien enterado y dispuesto con quien pasear a discreción, sin tener que pagarle nada... bueno, nada nada, no, porque una amistad tiene valor.
El promedio que consiguió en la universidad no podía dejar indiferentes a los directivos, por lo tanto fue asignada como becaria practicante en alguna ONG que la requería por temporadas en distintos países, y por supuesto, tarde o temprano tendría que llegar a estas latitudes. Un día le dijeron: bueno, ahora puedes escoger, Camboya, Kazajstán o Colombia? y la rubia se fue a comprar los libros, almanaques y revistas pertinentes que la enteraran del lugar al que decidió viajar, lo que le sirvió entre otras cosas, para dar cátedra de historia y geografía a los nacionales del común. Pero no es que hiciera alarde de esto, a ella le gusta saber en dónde y con quién está, en parte por cultura pero también para evitarse malos ratos con las personas que creen que relacionarse con los demás es un juego en el que el más astuto se queda con todas las fichas, en cambio ella sabe que no se puede ganar si los demás pierden y también que no es usual encontrar a alguien con quien jugar a ganar ganar.
Ella estaba rodeada de amigos con los que pasaba mucho tiempo en cafés, discotecas, restaurantes y cines, pero al museo y al concierto no siempre encontraba compañía, así que me convertí en buena adquisición para esas lides y pronto contaba conmigo también para el cine, el restaurante, el café y la reunión social. En una de ellas conocí a varias de sus amigas españolas: Loly, Itziar, Paloma; hacían grupo con alguien que me pareció conocido: Luisfer Ceballos, que años después se casaría con Loly en Madrid. Ellos y dos manchegos “de cuyos nombres no quiero acordarme”, formaban el grupo con el que solíamos reunirnos, aunque yo en lo posible trataba de evitarlo pues no congeniaba mucho con ellos, lo que no impedía que pasáramos algunos ratos memorables, como el de la Feria Promocional que organizan los empresarios españoles, en la que además de presentar sus productos, se celebra alguna festividad ibérica degustando los más variados mariscos, acompañados de sus mejores vinos y el no menos afamado jerez, ambientados con música popular.
Paseando entre los recintos repletos de las cosas más diversas y bellas, al igual que los demás visitantes que por momentos me impedían caminar, me entusiasmó algún objeto del que quise comentarle a Beatriz, pero al voltear me encontré en medio de un mar de gente que ya la tenía a distancia, así que apartado del grupo busqué mi camino por un buen rato hasta agotar mi curiosidad. Como no encontraba a Beatriz decidí sentarme cerca de un escenario improvisado en el que una pareja con su atuendo gitano interpretaba un pasodoble con todas las de la ley aunque no eran artistas sino repentinos participantes a quienes se les ofrecía vestido y maquillaje para que hicieran algún acto folklórico que de seguro no se quedaría sin aplauso; lo que mi vecina de lugar puso en práctica tan emocionadamente que por poco me empuja un vino tinto en la ropa. Yo para evitar esta eventualidad decidí apurar de un trago la copa, que al momento se me atragantó cuando vi salir al escenario, con los vestidos de rigor, a Beatriz e Itziar, que sin la menor timidez pero con toda la gracia, bailaron un par de complejas sevillanas que también aplaudí hasta regarle el jerez a la vecina.
Conociendo a Beatriz no podía creer lo que había visto, ella se caracteriza por su personalidad pausada e inteligente, muy sensible, un poco tímida pero no insegura; aplicada, estudiosa, educada. Ese día le añadí más adjetivos: despreocupada, alegre y divertida, incluso osada bajo el efecto del licor y las hormonas del amor. En otras ocasiones me dejó ver esta cualidad, como cuando bailó sobre las mesas en San Ángel o cuando se montó en un caballo malhumorado en el Valle del Cocora, cuando viajó sola a Leticia y cuando se pasó a vivir a mi apartamento. Pero esto fue después, como en octubre, después de la semana santa que pasamos en Villa de Leyva, de los paseos que hicimos cerca de Bogotá y de las vacaciones en que recorrimos los pueblos del Quindío con su hermana Laura, que vino de visita y casi no se devuelve a España. -A última hora la dejamos en el aeropuerto de Pereira poco convencida porque ya tenía una lista de cosas que quería hacer aquí. Ella tiene algo del carácter de su hermana, tal vez heredado de su madre, que por amor al arte las bautizó con esos nombres porque Beatriz era el amor y la musa de Dante y Laura, de Petrarca.-
En Bogotá la llevé a casi todos los museos, que no son pocos pero afortunadamente la mayoría están en el centro histórico, el cual recorrimos detalladamente siguiendo los pasos de su historia, vimos muchos de los edificios y lugares más representativos de la ciudad, paseamos por los barrios más exclusivos y atendiendo a sus deseos nos internamos en Juan Rey y Ciudad Bolívar, de los que esperaba algo tenebroso, como las favelas de Brasil, pero se sorprendió de ver que las casas son de mampostería, que hay muchas zonas que aunque humildes, son bonitas, y que la mayoría de la gente pobre no es temible, como piensan muchos.
Pero, luego de recorrer el Quindío por dos semanas y de embarcar a Laura para su casa, seguimos hacia Manizales porque Beatriz quería conocer la ciudad que, según los catálogos, realizaba una feria parecida a la de Sevilla, con pasodobles y cabalgatas, y como no teníamos prisa, decidimos quedarnos un par de días en la finca de mi tía María Cristina, en Chinchiná. Hacía muchos años que no iba a esa finca, pero recordaba bien el camino desde el pueblo porque lo recorrí muchas veces en el Land Rover que me prestaban, sólo porque me ofrecía a comprar el mercado: Saliendo por la parte alta se tomaba un camino que atravesaba un túnel corto y un puente sobre la quebrada. No era problema a pesar de la oscuridad de la noche. El barrio alto había cambiado bastante y no lo reconocía, pero estaba seguro de haber tomado el camino correcto así que empecé a recorrerlo sin pérdida de tiempo. Saliendo del pueblo la vía estaba en muy mal estado pero no me preocupó porque a mi navecita nada le quedaba grande. A Beatriz sí la noté un poco preocupada ya que no conocía la zona y tampoco podía verla por la cerrada oscuridad; para darle un poco de ánimo subí el volumen de la música y dejé mi mano sobre su pierna. Cuando divisé el túnel y pude estar seguro del camino, aceleré un poco más para quitarle esa angustia lo más rápido posible, pero al salir de él, la angustia se tornó en terror, porque descendiendo hacia la quebrada el camino empezó a desaparecer y no podía ver el puente... porque ya no estaba; pero de eso me enteré a unos pocos metros del agua, que milagrosamente pude evitar al lograr frenar el carro contra la maleza luego de una larga derrapada en trayectoria ondulante sobre el barrial... casi se me muere Beatriz!
La finca está en el alto de la paz y domina una espectacular visual de 360 grados sobre montañas cubiertas de café. Lejos se puede ver Manizales y el nevado del Ruíz. Todos los horrores y rabietas que le produje a Beatriz la noche anterior, su desespero e impotencia por oponerse a mi insistencia de pernoctar allá y no en un hotel, se vieron grandemente recompensados al momento que abrió la cortina y pudo ver el lugar en el que estaba, salió de la casa para ver mejor y se dejó llevar por la emoción, para ella era como el paraíso de Dante, y lo fue por dos días soleados en los que recorrimos la finca y nos atendieron muy bien. Una semana después llegamos a Bogotá luego de visitar Manizales y Honda, dos ciudades con famosos centros históricos que son patrimonio arquitectónico, pero no por eso más bellas que los pueblos del Quindío. El recorrido que hicimos nos ayudó a entender por qué el Eje cafetero es el segundo destino turístico del país.
En diciembre Beatriz terminó el libro y lo presentó a la delegación española, que lo elogió por su acertada concepción y limpia factura -finalmente, luego de intentarlo otros becarios, la Cámara Hispana contaba con el documento base instructivo para los comerciantes colombianos interesados en esos horizontes-. Se editaron muchas copias, de las cuales una reposa en mi biblioteca, firmada por su autora, quien acto seguido y con poca alegría, regresó a España. Al año siguiente se le otorgó un reconocimiento por este trabajo, que reafirmó su profesionalismo y capacidad, por lo cual cada año ha sido promocionada en algún país del mundo. Ese año pidió quedarse en Madrid y al siguiente se fue a Washington. Yo hablo con ella por internet y me cuenta de sus andanzas, estuvo viviendo en Inglaterra y en Filipinas; un día me escribió desde Bangkok en Tailandia, donde pasaba vacaciones de mitad de año y me dijo:
Juan Manuel, estoy aprovechando esta temporada para conocer algunos lugares cercanos del lejano oriente. Esta ciudad es impresionante y la gente increíble, mañana me voy a Myanmar para unirme a un grupo que planea visitar las ruinas de Angkor Wat. También estuve en Singapur y desde allí recorrí algunas islas del pacífico que son famosas por su belleza. Todo el mundo habla de estas playas maravillosas y dicen que son incomparables, por fortuna he podido disfrutar de algunas y ver muchas otras, y sabes qué? efectivamente son muy muy bellas, pero uno se cansa de verlas porque son solo eso, playas, si uno quiere ver algo más tiene que irse al continente. En España y los países que he visitado he visto maravillas, algo grande siempre me ha emocionado ya sea del territorio o de su gente y con toda certeza te puedo decir que como Colombia, no hay...
Besos, Beatriz.
Etiquetas: literatura, relato, viaje
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