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De las escalas

Estando todavía en nuestros años de infancia recibimos por vez primera alguna información sobre el mundo de la ciencia en la que nos enteramos del lugar en donde estamos respecto al universo. Sin mucha emoción aprendemos que vivimos en un planeta que es como una esfera de gigantescas proporciones que se mueve de distintas maneras en un espacio infinito en compañía de otros cuerpos celestes que hacen cosas parecidas y que en su conjunto forman un sistema centralizado en el Sol, nuestra estrella. Desde entonces, cada vez que escuchamos el término “sistema solar” viene a nuestra mente una imagen de las muchas que hemos visto en los libros o recordamos el modelo tridimensional que permanecía suspendido en un rincón del salón de ciencias con las etiquetas adheridas en cada bola indicando el nombre de un planeta.

Pero a menos que hayamos seguido una carrera científica o que estemos muy interesados en la astronomía, lo más probable es que en la edad adulta tengamos una idea similar del lugar en que nos encontramos sin darle demasiada importancia porque pensamos que no es un asunto que aporte algo a nuestro diario vivir y evitamos reconocer que estamos directamente relacionados con nuestro planeta y que éste a su vez depende del sistema celeste que consideramos ajeno a nuestra zona de influencia. La perspectiva que tenemos del mundo se encuentra reducida a nuestro entorno activo y en consecuencia, también los conceptos que adoptamos para referenciarnos como individuos, los cuales no pueden estar bien dimensionados si no verificamos las reales proporciones del lugar en el que transcurre nuestra experiencia de vida. Si desconocemos nuestro origen erraremos la dirección de nuestro destino y de igual forma lo haremos si juzgamos equivocadamente el entorno en el que habitamos puesto que esto nos permite definir nuestro lugar en el mundo.

En lo que tiene que ver con el pequeño rincón del espacio universal que ocupamos, la escala de los modelos utilizados solamente representa una correlación física ya que no se puede construir una maqueta a escala del sistema solar por ejemplo, que sea práctica y a la vez real pues si lo hacemos con el sistema en su conjunto, no veremos los planetas y si vemos los planetas no veremos el sistema. Tal vez en el futuro se pueda usar un modelo holográfico que cambie su escala en relación con el punto de vista, pero mientras esto se haga realidad tendremos que confiar en nuestra imaginación y ayudarnos con algunas comparaciones que nos permitan acercarnos más a lo que necesitamos comprender para precisar los fundamentos sobre los que basamos nuestra existencia.

Hagamos entonces un ejercicio imaginario que nos revele la escala de nuestro sistema solar más allá del armazón que estaba sobre la mesa del laboratorio de física en el que un desfile de bolas del tamaño de naranjas y limones, ensartadas en aros de alambre se ordenaban circunscritas en la bola mayor, del tamaño de un melón. Saquemos de ese modelo la bola con la etiqueta “La Tierra” y usémosla de referencia aproximando los números:

Nuestro planeta tiene 12.800 kilómetros de diámetro y la bola que tenemos en la mano, que lo representa a una escala de 1/100’000.000 (Una cien millonésima parte de su tamaño real), mide 12,8 centímetros de diámetro, es como una toronja grande. La Luna tiene un diámetro de 3.500 km, que es como la cuarta parte del de la Tierra y a la misma escala sería como un limón pequeño de 3,5 cm de diámetro. Como la Luna gira alrededor de la Tierra a una distancia media de 380.000 km, este limón girará alrededor de la toronja a una distancia de 3,8 metros, o sea a cuatro pasos, como el ancho de una alcoba de un apartamento actual, no a los veinte centímetros que muestra el modelo del laboratorio del colegio que ya no queremos comparar. Pero complementemos un poco este dato: La masa de la toronja y el limón, percibidas por su peso al sostenerlas en la mano, están lejos de las que tienen, comparativamente hablando, los cuerpos celestes, así que para relacionarlas más precisamente sería apropiado cambiar las frutas por unas esferas macizas de acero y experimentar mentalmente lo que significa la fuerza de gravedad, capaz de mantenerlas en su estado de inercia a esa distancia durante un lapso que parece infinito en el que cada hora la pequeña se desplaza solamente 3,6 cm (su propio diámetro) y cada día 86 cm, alrededor de la grande.

Mientras tanto la esfera grande tampoco se ha quedado inmóvil pues cada hora está a más de un metro de su posición previa y cada día se ha movido casi 26 metros, la longitud de seis automóviles alineados, ya que para dar una vuelta alrededor del modelo a escala del Sol debe recorrer cerca de 9,5 km. El diámetro del Sol es de 1’400.000 km, ciento diez veces más que el de la Tierra, así que si colocamos ciento diez esferas de nuestro modelo de la Tierra en fila nos daremos una idea del tamaño del Sol en comparación, que sería de 14 metros, la altura de un edificio de 5 pisos.

Imaginemos que el conocido monumento a Los Héroes en Bogotá con su altura de cinco pisos lo convertimos en un balón del mismo tamaño y lo tomamos como el centro de nuestro modelo a escala 1/100’000.000 del sistema solar en el que ubicaremos los planetas a la distancia real. La autopista norte que inicia en ese lugar es frecuentemente recorrida por sus habitantes y fácilmente referenciada por los de otras ciudades del país para establecer la comparación de nuestro modelo imaginario. El planeta Mercurio que tiene 5.000 km de diámetro y orbita a una distancia de 58 millones de kilómetros del Sol, sería una esfera de 5 cm, sólo un poco más que la Luna y estará a una distancia de 580 metros de Los Héroes, o sea a seis cuadras, digamos en la calle 85, en el puente peatonal. Venus, con 12.000 km de diámetro, casi igual a la Tierra, gira alrededor del Sol a una distancia de 108 millones de kilómetros, casi el doble que Mercurio, así que nuestra esfera Venus de 12 cm la ubicamos a cinco cuadras más de distancia, en la calle 90, llegando al puente de la NQS y la esfera Tierra la llevamos hasta 1,5 km del monumento ya que nuestro planeta está a 150 millones de kilómetros de distancia del Sol, casi el triple que Mercurio, lo que sería pasando la calle 94 y el edificio de Compensar. Si nos detenemos un momento en ese lugar y miramos hacia Los Héroes imaginando que la visual hacia el balón Sol que es el monumento no está interrumpida por el puente, podremos comprobar que el tamaño en que lo vemos es similar al que vemos del Sol real.

Siguiendo nuestro recorrido por esta línea recta que es la autopista norte, tomamos una pelota de tenis de 6,8 cm de diámetro que representa a Marte y la colocamos en el puente de la calle 100 a 2,3 km del monumento ya que la órbita del planeta está a 228 millones de kilómetros del Sol, cuatro veces la distancia de la órbita de Mercurio. Curiosamente la distancia desde el Sol hasta Marte está dividida por las líneas imaginarias de las órbitas de los planetas interiores del sistema solar en cuatro partes de longitud equivalente, pero ésta no es la única proporción geométricamente “casual” que hay de las magnitudes espaciales; de lo ya mencionado podemos referir que el diámetro del Sol es como cien veces el de la Tierra y la distancia que los separa es como cien veces el diámetro del Sol.

En el sistema solar hay una órbita más externa que la de Marte de lo que se ha dado en llamar el cinturón de asteroides que limita la parte interior, con sus cuatro planetas rocosos, de la de los cuatro planetas exteriores de grandes atmósferas gaseosas además de Plutón, que aunque está considerado como un pseudo planeta todavía se entiende la parte más alejada de su órbita elíptica y descentrada como el límite del sistema solar hasta donde se calcula su tamaño. En esta parte exterior el sistema solar se expande potencialmente. Júpiter, que es el siguiente planeta en fila, está separado de Marte el doble de la distancia de la que Marte lo está del Sol, pues su órbita tiene un radio aproximado de 778 millones de kilómetros. En nuestra maqueta virtual tomamos un balón inflable de 1,43 metros, que puesto en el suelo nos llega a la altura del hombro y corresponde a los 143.000 km de diámetro del planeta, diez veces mayor que el de la tierra y diez veces menor que el del Sol, y lo ubicaremos a 7,8 km del monumento a Los Héroes, que sería como en la calle 161, la entrada principal del barrio Toberín. Si en ese sitio nos elevamos unos metros para evitar las interrupciones visuales y limpiamos mentalmente el aire para tratar de observar el monumento esférico y luminoso, alcanzaríamos a verlo del tamaño de una uva.

Luego está Saturno que con 120.000 km de diámetro lo representamos en otro balón inflable que al lado nuestro nos da por arriba del estómago y si lo adornamos con sus anillos ocuparía el espacio demarcado para dos estacionamientos vehiculares. El planeta Saturno está alejado de Júpiter tanto como éste lo está del Sol ya que lo orbita a una distancia de 1.430 millones de kilómetros, que traducido a la escala de nuestro ejemplo serían 14,3 km, ya fuera del casco urbano de la ciudad, en cercanías de la entrada a Guaymaral. Urano tiene 52.000 km de diámetro y en nuestro modelo a escala podemos usar el balón inflable con que juegan los niños en las piscinas. En este caso la línea recta de la autopista termina mucho antes que el lugar en donde deberíamos ubicarlo, porque Urano está a 2.870 millones de kilómetros del Sol, o sea que se separa de Saturno casi lo mismo que éste del Sol y que trasladado a la escala del modelo, que son 28,7 km, podemos ubicarlo en la población de Cajicá, prolongando el eje de referencia por la extensa planicie de la Sabana de Bogotá, pues en todo caso, estando tan alejados del lugar en el que está el monumento, no podemos verlo a simple vista a menos que, como sucede en la realidad, estuviera incandescente, y en ese caso podemos suponer que desde Urano el Sol se ve como una estrella del tamaño de una lenteja.

El diámetro de Neptuno es de 49.000 km, casi igual a Urano y su radio de giro alrededor del Sol es de 4.500 millones de kilómetros, esto es nuevamente, cerca del doble de la distancia que el planeta inmediatamente anterior, por lo que Urano está a similar distancia del Sol que de Neptuno, el cual representamos con otro balón de piscina y lo llevamos por la autopista central del norte a 45 km de Los Héroes en línea recta, que es un poco antes de la población de Sesquilé, ya en el área de influencia del embalse de Tominé. Desde ese punto emprendemos el último tramo del recorrido para localizar a Plutón en el modelo. A este planeta enano de 2.300 km de diámetro, una tercera parte más pequeño que la Luna, le corresponde a escala una canica de las grandes o una nuez. El plano de la órbita de Plutón no se encuentra en el mismo plano aproximado que conforman todos los planetas que le preceden, conocido como eclíptica, y la figura de su trayectoria es mucho más elíptica que la de ellos hasta el punto que cuando se encuentra más cercano al Sol se adelanta a la órbita de Neptuno aunque en su parte más alejada alcanza una distancia de 6.000 millones de kilómetros, que para nuestro ejemplo serían 60 km, así que siguiendo por la misma autopista central llegamos al embalse del Sisga que está a esa distancia en línea recta del monumento a Los Héroes.


Imaginemos esta pesada canica girando alrededor de ese monumento a semejante distancia a causa de la atracción que éste ejerce sobre ella. No cabe duda que es una energía muy poderosa y eso que entre las fuerzas que actúan en el universo es considerada como la más débil, pero alcanza para controlar este cuerpo celeste y otros más distantes como Eris que es un poco mayor que Plutón y orbita el Sol a una distancia de más de 10.000 millones de kilómetros. Desde Plutón el Sol debe verse como una estrella más, aunque de luz muy intensa y su circunvolución aún es tomada como referencia para determinar el diámetro del sistema solar que en este caso es de 12.000 millones de kilómetros, pero si tomamos un promedio entre las distancias de Plutón y Eris, podemos decir que el tamaño del sistema solar de nuestro modelo a una escala cien millones de veces menor, cuyo centro y Sol es el monumento de Los Héroes, situado en un punto central de la ciudad que también está geográficamente centrada en el departamento del cual es capital, es comparable a este departamento de Cundinamarca.

Si en nuestro ejercicio imaginario nos situamos en alguno de estos planetas e intentamos detectar visualmente cualquiera de los otros, constataremos que parecen inexistentes aún estando, como están en este ejercicio, a la menor distancia en su órbita respecto de los otros, y siendo así, cómo se podrían detectar si se encontraran en una posición opuesta de su traslación alrededor del monumento? Parece imposible, excepto en el caso que durante una noche quitáramos la electricidad en toda la ciudad, y con ella a la ciudad misma para encontrar en las esferas más cercanas el reflejo de la única luz incandescente del balón Sol. Pero ya sabemos que aún así, desde la calle 94 donde está la esfera Tierra sólo veríamos a simple vista y con mucha atención, hasta el balón Saturno de Guaymaral.

La luz viaja a casi 300.000 km por segundo. Según esto, nunca vemos el Sol del momento presente sino el de hace 8 minutos, que es lo que tarda su luz en llegar a la Tierra. En Plutón se ve el Sol de cinco horas y media antes. A esa velocidad vertiginosa, la luz recorre el sistema solar de lado a lado en unas once horas, eso nos puede dar idea de las enormes distancias que hay entre los cuerpos celestes. Con estas proporciones, la suma de toda la materia comparada con el espacio “vacío” que la rodea es cercana al 0%.

El Sol de nuestro sistema solar es apenas una estrella entre al menos 200.000 millones calculadas en la galaxia de la Vía Láctea y la más cercana es Alfa Centauri, a 4,3 años luz de distancia, que traducido a nuestra maqueta a escala es como ubicar otro balón Sol de cinco pisos de alto a 430.000 km de distancia del monumento a Los Héroes, o sea más allá de la Luna (que está a 380.000 km de la tierra), así que la maqueta a escala de toda la galaxia ocuparía más espacio que el que ocupa realmente nuestro sistema solar porque su diámetro es del orden de 120.000 años luz, lo que quiere decir que si nuestro Sol está por los lados del borde del disco galáctico, su luz tardaría ciento veinte mil años en atravesarlo hasta el otro lado a la velocidad de trescientos mil kilómetros cada segundo (La luz recorre casi 10 millones de millones de kilómetros en un año). De locos, ¿no?

De tantas estrellas que hay en nuestra galaxia, las cuales deben ser centro de sus propios sistemas planetarios, se han logrado medir muchas con procedimientos físico-matemáticos que han revelado que nuestro Sol, tan gigantesco como es, se cataloga entre las estrellas de menor tamaño y que hay gran cantidad de ellas que incluso superan el diámetro del Sol miles de veces. Antares, por ejemplo, es mil veces más grande y está en el grupo de las medianas, según se ve en este corto video:


Bueno, pero hay otro dato: En el universo conocido, que es como se le denomina a la porción que el hombre ha detectado, se ha calculado la existencia de unos 125.000 millones de galaxias, muchas de ellas con billones de estrellas. La galaxia más próxima a nuestra Vía Láctea es Andrómeda que está a 2,3 millones de años luz. Esto lo podemos traducir para darnos una idea de la distancia, que en el espacio que hay entre estas dos galaxias caben 23 más de igual tamaño. Las estrellas y sus sistemas planetarios conforman galaxias, éstas forman cúmulos que también se destacan separados de otros a enormes distancias; a su vez agrupaciones de cúmulos forman supercúmulos. El Supercúmulo Local, que es como se denomina al que contiene, con muchos otros, al Cúmulo Local en donde está la Vía Láctea, tiene un diámetro aproximado de 500 millones de años luz. Alrededor de la bóveda celeste están catalogados muchos supercúmulos que hacen suponer que podrían conformar otras agrupaciones mayores, esta bóveda celeste es el mapa esférico aparente que rodea nuestra esfera terrestre y representa al mencionado universo conocido que los astrofísicos suponen del tamaño de 1/1.000’000.000 una mil millonésima parte del universo teórico.

Reflexionando un poco sobre estas inconmensurables magnitudes que sobrepasan la concepción mental humana, se pueden inferir muchas cosas alrededor de la filosofía que sacuden las bases de los conceptos en que nos apoyamos para definir la vida. Al ampliar cada vez más la imagen física del universo hasta ver los tejidos estructurales que conforman la asociación de unos grupos dentro de otros formando cadenas y tramas de elegantes composiciones geométricas, aparecen repentinamente los modelos que reconocemos de las formaciones microscópicas de las células neuronales que componen el cerebro, o las cadenas entrelazadas del ADN involucradas en la construcción del cuerpo humano. Recordamos que las células son los ladrillos que constituyen el edificio físico y están presentes en todos los organismos existentes, que trabajan asociadas entre sí con un propósito evolutivo, en cantidades que se cuentan por miles de millones en cada cuerpo y que a pesar de su diminuto tamaño son una compleja formación de partes aún más diminutas como los polímeros que básicamente son macromoléculas, o sea formaciones de moléculas y que éstas a su vez se componen de átomos. Al penetrar en el espacio molecular aparece un universo de partículas que semejan galaxias en constante movimiento interdependiente, hay moléculas compuestas de uno o dos átomos y otras que pueden contener miles e incluso millones de ellos. En una sola gota de agua por ejemplo, puede haber mil trillones de átomos cuyo tamaño es del orden de -10.000.000.000 m. Para entender mejor su patrón de escala digamos que si un balón de basquetbol fuera del tamaño de la Tierra, sus átomos no serían más grandes que una bola de golf.


Y ya que logramos visualizar un átomo a este tamaño podemos penetrar en él para constatar que allí dentro también hay un micro sistema solar de características comparables al universal puesto que lo que más encontramos es espacio “vacío”. Las dimensiones de las partículas que hay en él son tan microscópicas que así como sucede en el espacio interestelar en donde el porcentaje de la materia comparado con el espacio que la rodea (que en realidad es la energía que sostiene a los cuerpos en su interacción) es casi cero, en los átomos ocurre algo semejante pues las partículas que lo componen, independientemente de su cantidad, están separadas entre sí por enormes distancias en comparación con su tamaño, inmersos en una energía que los mantiene agrupados pero separados (distintas clases de radiación subatómica que pueden ser algo así como su fuerza de gravitación miniaturizada aunque de potencia muy superior) y en permanente movimiento alrededor del núcleo que es la partícula más grande y que sólo mide 1/10.000 una diezmilésima parte del diámetro del átomo (-10.000.000.000.000 m). Si en nuestra maqueta a escala decidiéramos que el balón Sol de 15 metros de alto fuera más bien un átomo, su núcleo sería del tamaño de un grano de arena y las partículas que lo orbitan, como los electrones, casi invisibles a simple vista.

Los electrones no son las únicas partículas que orbitan el núcleo del átomo pero son las más conocidas de este pequeño universo en el que ninguna de ellas ha podido ser vista sino apenas detectadas en complejos experimentos de laboratorio. Por ellos se sabe que un átomo puede tener varias decenas de electrones girando en capas alrededor del núcleo, o mejor dicho en órbitas geométricas a la manera de planetas en el sistema solar. La dificultad para detectar la ubicación de estas partículas ha dirigido la atención científica hacia el núcleo del átomo en el intento de descubrir los elementos que lo conforman, ya que después de todo en él se concentra el 99% de la masa atómica, encontrando que éste es una fusión de protones y neutrones en intensa actividad energética que están compuestos de partículas aún más pequeñas llamadas mesones las cuales son formadas por otras llamadas quarks, que por ser las más pequeñas conocidas se han dado en llamar la materia prima del universo.

Sí, pero hace apenas un par de siglos se creía que el átomo era la materia prima de todo lo existente y tampoco se tenía indicio de la existencia de las galaxias ya que no se podían distinguir de las estrellas. ¿Cómo podemos suponer que haya algún límite en el tamaño de la materia sólo porque nuestra mente no tiene la capacidad de concebir un concepto en el cual sea posible adentrarse cada vez en las partículas para encontrar otras más pequeñas sin fin, teniendo en cuenta que “algo” siempre debe componerse de “algo” que tenga alguna dimensión, y por pequeña que sea, tendrá bordes opuestos susceptibles de ser medidos? Igualmente nos empeñamos en concretar un recipiente que contenga el universo porque nuestro intelecto no admite la posibilidad que el universo sea un espacio ilimitado en el que cada vez la reunión de la materia forme nuevos cuerpos sin fin, como se evidencia a partir de los más minúsculos que conocemos, aún prefiriendo buscar una respuesta al más complicado concepto de ¿qué habría más allá del borde del universo si no es espacio? Los científicos siguen descubriendo más y más componentes en la materia y aún así parecen muy renuentes a considerar que nuestro conocimiento es demasiado limitado como para lanzar afirmaciones concluyentes, sin embargo en la era moderna, al menos en lo que concierne a la macro ciencia, no les ha quedado más remedio que ablandarse un poco de su sistemática arrogancia ante la evidencia de nuestra insignificante situación en este inconmensurable universo que nos enseña que lejos de lo que consciente o inconscientemente creamos, no somos el centro del universo ni los seres exclusivos que imaginamos y que si nuestro planeta con toda la humanidad en toda su historia se esfumara de la existencia o nunca hubiera existido, nada cambiaría en el devenir universal. Da igual que estemos o no, nosotros dependemos del mundo pero el mundo no nos necesita a nosotros.

Claro de Luna

Del poeta joven José Asunción Silva, el primer fragmento de su inspirado “Nocturno” como preámbulo y paralelo de los profundos “Clair de Lune” de Claude Debussy y el primer movimiento de la sonata “Claro de Luna – Mondscheinsonate” de Ludwig van Beethoven:


Una noche… una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas

una noche, en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas

a mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda… muda y pálida,

como si un presentimiento de amarguras infinitas, hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara

por la senda florecida que atraviesa la llanura… caminabas

Y la luna llena, por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca

Y tu sombra, fina y lánguida… y mi sombra, por los rayos de la luna proyectadas

sobre las arenas tristes de la senda… se juntaban

Y eran una… y eran una, y eran una sola sombra larga

y eran una sola sombra larga… y eran una sola sombra larga




Noticia de España

De las cosas que más disfruto en la vida son las caminatas por los senderos que atraviesan las montañas de mi país... verdes de cerca, índigo y violeta a la distancia; en compañía de una multitud de personas o de unas pocas, o en silenciosa soledad, frecuentemente vuelvo a la senda del contacto con el mundo más natural: el que se extiende a mi alrededor y el de mi infinito interior. En las postrimerías del siglo pasado las más de las veces tomé parte en ellas con grupos organizados de veinte o treinta personas en hermosos y extenuantes recorridos de muchos kilómetros que requerían las horas de un día, por lo que resultaba inevitable entablar largas conversaciones y establecer interesantes relaciones, en algunos casos muy cercanas, como la que tuve con Beatriz, la andaluza... Beatrí decía ella, porque como buena sevillana, aspiraba los plurales y las zetas finales; a uno le parecía escucharlas pero se quedaban ahí, en algún sitio entre la lengua y el paladar. Cuando la conocí ya llevaba tres meses trabajando con la Cámara de Comercio Hispano-Colombiana, encargada de la realización de la Guía de Negocios entre los dos países, tarea que le tomaría todo el año, pero que le dejaba suficiente tiempo en temporada de vacaciones y festivos para recorrer esta tierra haciendo viajes a la costa o al amazonas, paseos y caminatas ecológicas, en plan de conocer el país y su gente antes que buscar el descanso y el placer. Qué suerte para alguien con esta idea del turismo, encontrar un guía bien enterado y dispuesto con quien pasear a discreción, sin tener que pagarle nada... bueno, nada nada, no, porque una amistad tiene valor.


El promedio que consiguió en la universidad no podía dejar indiferentes a los directivos, por lo tanto fue asignada como becaria practicante en alguna ONG que la requería por temporadas en distintos países, y por supuesto, tarde o temprano tendría que llegar a estas latitudes. Un día le dijeron: bueno, ahora puedes escoger, Camboya, Kazajstán o Colombia? y la rubia se fue a comprar los libros, almanaques y revistas pertinentes que la enteraran del lugar al que decidió viajar, lo que le sirvió entre otras cosas, para dar cátedra de historia y geografía a los nacionales del común. Pero no es que hiciera alarde de esto, a ella le gusta saber en dónde y con quién está, en parte por cultura pero también para evitarse malos ratos con las personas que creen que relacionarse con los demás es un juego en el que el más astuto se queda con todas las fichas, en cambio ella sabe que no se puede ganar si los demás pierden y también que no es usual encontrar a alguien con quien jugar a ganar ganar.

Ella estaba rodeada de amigos con los que pasaba mucho tiempo en cafés, discotecas, restaurantes y cines, pero al museo y al concierto no siempre encontraba compañía, así que me convertí en buena adquisición para esas lides y pronto contaba conmigo también para el cine, el restaurante, el café y la reunión social. En una de ellas conocí a varias de sus amigas españolas: Loly, Itziar, Paloma; hacían grupo con alguien que me pareció conocido: Luisfer Ceballos, que años después se casaría con Loly en Madrid. Ellos y dos manchegos “de cuyos nombres no quiero acordarme”, formaban el grupo con el que solíamos reunirnos, aunque yo en lo posible trataba de evitarlo pues no congeniaba mucho con ellos, lo que no impedía que pasáramos algunos ratos memorables, como el de la Feria Promocional que organizan los empresarios españoles, en la que además de presentar sus productos, se celebra alguna festividad ibérica degustando los más variados mariscos, acompañados de sus mejores vinos y el no menos afamado jerez, ambientados con música popular.

Paseando entre los recintos repletos de las cosas más diversas y bellas, al igual que los demás visitantes que por momentos me impedían caminar, me entusiasmó algún objeto del que quise comentarle a Beatriz, pero al voltear me encontré en medio de un mar de gente que ya la tenía a distancia, así que apartado del grupo busqué mi camino por un buen rato hasta agotar mi curiosidad. Como no encontraba a Beatriz decidí sentarme cerca de un escenario improvisado en el que una pareja con su atuendo gitano interpretaba un pasodoble con todas las de la ley aunque no eran artistas sino repentinos participantes  a quienes se les ofrecía vestido y maquillaje para que hicieran algún acto folklórico que de seguro no se quedaría sin aplauso; lo que mi vecina de lugar puso en práctica tan emocionadamente que por poco me empuja un vino tinto en la ropa. Yo para evitar esta eventualidad decidí apurar de un trago la copa, que al momento se me atragantó cuando vi salir al escenario, con los vestidos de rigor, a Beatriz e Itziar, que sin la menor timidez pero con toda la gracia, bailaron un par de complejas sevillanas que también aplaudí hasta regarle el jerez a la vecina.

Conociendo a Beatriz no podía creer lo que había visto, ella se caracteriza por su personalidad pausada e inteligente, muy sensible, un poco tímida pero no insegura; aplicada, estudiosa, educada. Ese día le añadí más adjetivos: despreocupada, alegre y divertida, incluso osada bajo el efecto del licor y las hormonas del amor. En otras ocasiones me dejó ver esta cualidad, como cuando bailó sobre las mesas en San Ángel o cuando se montó en un caballo malhumorado en el Valle del Cocora, cuando viajó sola a Leticia y cuando se pasó a vivir a mi apartamento. Pero esto fue después, como en octubre, después de la semana santa que pasamos en Villa de Leyva, de los paseos que hicimos cerca de Bogotá y de las vacaciones en que recorrimos los pueblos del Quindío con su hermana Laura, que vino de visita y casi no se devuelve a España. -A última hora la dejamos en el aeropuerto de Pereira poco convencida porque ya tenía una lista de cosas que quería hacer aquí. Ella tiene algo del carácter de su hermana, tal vez heredado de su madre, que por amor al arte las bautizó con esos nombres porque Beatriz era el amor y la musa de Dante y Laura, de Petrarca.-

En Bogotá la llevé a casi todos los museos, que no son pocos pero afortunadamente la mayoría están en el centro histórico, el cual recorrimos detalladamente siguiendo los pasos de su historia, vimos muchos de los edificios y lugares más representativos de la ciudad, paseamos por los barrios más exclusivos y atendiendo a sus deseos nos internamos en Juan Rey y Ciudad Bolívar, de los que esperaba algo tenebroso, como las favelas de Brasil, pero se sorprendió de ver que las casas son de mampostería, que hay muchas zonas que aunque humildes, son bonitas, y que la mayoría de la gente pobre no es temible, como piensan muchos.

Pero, luego de recorrer el Quindío por dos semanas y de embarcar a Laura para su casa, seguimos hacia Manizales porque Beatriz quería conocer la ciudad que, según los catálogos, realizaba una feria parecida a la de Sevilla, con pasodobles y cabalgatas, y como no teníamos prisa, decidimos quedarnos un par de días en la finca de mi tía María Cristina, en Chinchiná. Hacía muchos años que no iba a esa finca, pero recordaba bien el camino desde el pueblo porque lo recorrí muchas veces en el Land Rover que me prestaban, sólo porque me ofrecía a comprar el mercado: Saliendo por la parte alta se tomaba un camino que atravesaba un túnel corto y un puente sobre la quebrada. No era problema a pesar de la oscuridad de la noche. El barrio alto había cambiado bastante y no lo reconocía, pero estaba seguro de haber tomado el camino correcto así que empecé a recorrerlo sin pérdida de tiempo. Saliendo del pueblo la vía estaba en muy mal estado pero no me preocupó porque a mi navecita nada le quedaba grande. A Beatriz sí la noté un poco preocupada ya que no conocía la zona y tampoco podía verla por la cerrada oscuridad; para darle un poco de ánimo subí el volumen de la música y dejé mi mano sobre su pierna. Cuando divisé el túnel y pude estar seguro del camino, aceleré un poco más para quitarle esa angustia lo más rápido posible, pero al salir de él, la angustia se tornó en terror, porque descendiendo hacia la quebrada el camino empezó a desaparecer y no podía ver el puente... porque ya no estaba; pero de eso me enteré a unos pocos metros del agua, que milagrosamente pude evitar al lograr frenar el carro contra la maleza luego de una larga derrapada en trayectoria ondulante sobre el barrial...  casi se me muere Beatriz!

La finca está en el alto de la paz y domina una espectacular visual de 360 grados sobre montañas cubiertas de café. Lejos se puede ver Manizales y el nevado del Ruíz. Todos los horrores y rabietas que le produje a Beatriz la noche anterior, su desespero e impotencia por oponerse a mi insistencia de pernoctar allá y no en un hotel, se vieron grandemente recompensados al momento que abrió la cortina y pudo ver el lugar en el que estaba, salió de la casa para ver mejor y se dejó llevar por la emoción, para ella era como el paraíso de Dante, y lo fue por dos días soleados en los que recorrimos la finca y nos atendieron muy bien. Una semana después llegamos a Bogotá luego de visitar Manizales y Honda, dos ciudades con famosos centros históricos que son patrimonio arquitectónico, pero no por eso más bellas que los pueblos del Quindío. El recorrido que hicimos nos ayudó a entender por qué el Eje cafetero es el segundo destino turístico del país.

En diciembre Beatriz terminó el libro y lo presentó a la delegación española, que lo elogió por su acertada concepción y limpia factura -finalmente, luego de intentarlo otros becarios, la Cámara Hispana contaba con el documento base instructivo para los comerciantes colombianos interesados en esos horizontes-. Se editaron muchas copias, de las cuales una reposa en mi biblioteca, firmada por su autora, quien acto seguido y con poca alegría, regresó a España. Al año siguiente se le otorgó un reconocimiento por este trabajo, que reafirmó su profesionalismo y capacidad, por lo cual cada año ha sido promocionada en algún país del mundo. Ese año pidió quedarse en Madrid y al siguiente se fue a Washington. Yo hablo con ella por internet y me cuenta de sus andanzas, estuvo viviendo en Inglaterra y en Filipinas; un día me escribió desde Bangkok en Tailandia, donde pasaba vacaciones de mitad de año y me dijo:

Juan Manuel, estoy aprovechando esta temporada para conocer algunos lugares cercanos del lejano oriente. Esta ciudad es impresionante y la gente increíble, mañana me voy a Myanmar para unirme a un grupo que planea visitar las ruinas de Angkor Wat. También estuve en Singapur y desde allí recorrí algunas islas del pacífico que son famosas por su belleza. Todo el mundo habla de estas playas maravillosas y dicen que son incomparables, por fortuna he podido disfrutar de algunas y ver muchas otras, y sabes qué?  efectivamente son muy muy bellas, pero uno se cansa de verlas porque son solo eso, playas, si uno quiere ver algo más tiene que irse al continente. En España y los países que he visitado he visto maravillas, algo grande siempre me ha emocionado ya sea del territorio o de su gente y con toda certeza te puedo decir que como Colombia, no hay...

Besos, Beatriz.


La Ronda - Marta Gómez

Este es un simple homenaje a nuestra talentosa compatriota que en compañía de tres músicos argentinos y una chica rusa han formado este grupo de música latinoamericana en el que crean sus composiciones incorporando ritmos de varias latitudes de nuestro continente...


Un ignorante más

No es por nada pero sé que no soy un ignorante.

Y lo lamento, porque el haberlo conseguido me ha revelado que era mejor seguir siéndolo.

Cuando era bien ignorante, vivía más, reía más y me preocupaba menos; pues no sabía de qué…

Ni siquiera intuía que era ignorante.

Hoy que no lo soy, me doy cuenta que jamás lo he sido tanto

y temo seguir en mis intenciones por dejar de serlo, si ya sé que más adelante lo seré más.

Ojalá me diera cuenta que sigo siendo un ignorante para luego olvidarlo y dejar de serlo.

Por lo menos puedo intentarlo:

— No es por nada pero en este momento, ¡me doy cuenta que soy un ignorante! —

Ahora lo difícil… tengo que olvidarlo.

Música en los templos

Cuando desperté, todavía estaba soñando y conscientemente veía los sucesos que se apresuraban a transcurrir como si la información enviada desde el más allá se hubiera visto sorprendida por el amanecer antes de concluir su cometido. A través de mis párpados podía ver la luz del día y tenía intenciones de levantarme, pero había unas fuerzas invisibles que me obligaban a esperar; luego, sentado al borde de la cama con la cabeza entre mis manos, las imágenes siguieron por unos minutos más, hasta que la consciencia pudo tomar el control anunciando que todo era un sueño. Eso me costó aceptarlo porque a pesar de sus incongruencias, tenía trozos comprensibles que llegué a disfrutar, en especial porque hacía mucho tiempo que no recordaba mis sueños, y de pronto aparecía éste, pletórico de significados que no logré interpretar.

Hoy no podría traer a mi memoria casi nada de él, de hecho, al pasar las horas se fue diluyendo, pero hubo un fragmento que siempre recordé por lo premonitorio, y que forma parte de mi archivo mental: Era un domingo soleado y yo estaba jugando baloncesto, como muchas veces, en un parque bordeado por la ciclovía de la novena. Acabábamos de perder el partido después de varias victorias y por tanto había que salir de la cancha, cosa que ya estaba esperando porque me moría de sed, así que agotado me dirigí a refrescarme en el puestico favorito, armado cada semana para la ocasión, pero llegando, me quedé absorto viendo a una hermosa mujercita rubia que pasaba en bicicleta, y mientras se acercaba la vi mirarme sonriente y algo desafiante al momento en que se sujetaba el pelo con una banda de tela elástica de color rojizo. La observé hasta que se alejó entre la multitud y me volví para pedirle a la tendera la malta de costumbre, de las que guarda en un barril repleto de hielo. Ella se inclinó sobre el recipiente y sacó un manojo de rosas rojas que flotaban entre una colorida variedad; yo las recibí sin sorpresa, conforme, y las conté. —Veintiuna, dije—, y mi voz resonó de más en medio de la activa multitud extrañamente silenciosa.

Abstraído rememorando e intentando deducir, me vestí sin afán y salí, pero bajando al sótano se disipó el sueño, violentado por la preocupación del daño en el arranque del carro, que estaba fallando con más frecuencia y como temía, me obligó a empujar otra vez para encenderlo. Era la reciente manifestación de su deterioro, que ese año tomaba la ventaja sobre mi mermada economía para subsanarlo, como había sido costumbre hasta hace unos meses, cuando mantenía el carro y mi dignidad en perfecto estado. Tolerante y paciente me ocupé del nuevo resabio sin darle mayor importancia con la esperanza de que ésta sí fuera la última vez, y dejando de lado mis preocupaciones, prendí el radio y empecé a tararear inconscientemente el corito que estaba sonando... senmi an ein yeeel, senmi an ein yeeel, pero al instante cambié la emisora hastiado con esa canción tan trillada y en cambio me dejé envolver por la música clásica que ahora escuchaba con insistencia, dedicándole mucho más tiempo que al rock con el que me identificaba.

Ese año iba frecuentemente a los conciertos gratuitos que se hacían en los parques y algunos museos y bibliotecas. Estaba entregado a la experiencia musical como perfecta compañera de mi actividad pictórica, que para ese 2002 ya cumplía dos años. De la guantera saqué el folleto de “Música en los Templos” que conseguí en algún concierto y leí la primera fecha resaltada: Septiembre 15, 12:00 m, Iglesia San Tarcisio de Cedritos, Concierto de laúd a cargo del maestro tal... el próximo domingo. El proyecto utilizaba algunas iglesias de la ciudad para realizar conciertos de música de cámara, y a éste, en el barrio, sí pensaba ir, aparte que el instrumento me atraía especialmente, así que para cumplir con mi itinerario de ejercicios en el que acostumbraba recorrer treinta kilómetros en bicicleta antes de ir a jugar baloncesto, salí más temprano ese día y dediqué menos tiempo en la cancha, pero se me hizo un poco tarde para el concierto porque mi equipo estaba inspirado y no parábamos de ganar. Llegué con prisa al apartamento de mi papá, que vivía a media cuadra de la iglesia, para dejar la bicicleta y asearme, pero sólo pude enjuagarme un poco en el lavamanos antes de irme. A mi papá lo invité pero se negó, cosa que me extrañó. Luego pensé que aunque yo le había dicho “laúd”, tal vez él oyó “la U”, y eso debió sonarle a rock.

Cuando entré en la iglesia el dicho instrumento ya llenaba el espacio con su romántico sonido y deslizándome silencioso, me senté en una banca alejado de las personas para no molestarlas con mi olor. Durante unos minutos se impuso mi respiración agitada y las pulsaciones de mi corazón sobre el sonido de las cuerdas, pero poco a poco empecé a concentrarme en la música que en realidad sobrepasaba todas mis expectativas, se notaba el cuidado al escoger el programa más apropiado para el lugar, parecía que la misma imagen de Cristo, que asistía en lugar privilegiado, empezaba a sonreír, y el motivo no era sólo por la magnífica interpretación.

Queriendo saber qué sonatas estaba tocando, busqué alrededor con la esperanza de detectar algún impreso extraviado del programa, que los puntuales asistentes debieron recibir, y en esto, mi atención se posó en el perfil de una mujer que en ese momento, soltaba de su liso cabello rubio una bandana de color rojizo. Estaba sentada en la banca del frente, un poco a mi izquierda y tenía sobre el regazo una libreta en la que la veía escribir esporádicamente. Admirando su belleza no dejaba de mirarla, además me sentí atraído por su actitud, podía percibir su emoción al escuchar la música. Desde ese momento una experiencia mística se apoderó de mí y se manifestó a través de la de ella en una confluencia de sensaciones, mi necesidad de averiguar sobre el programa musical se tornó irrelevante pues ya no importaba el autor sino apenas el producto de su inspiración.

En un interludio, algunos recién llegados tomaron asiento. Una mujer escogió la banca del frente, hacia mi derecha, a tres metros de la rubia y delicadamente colocó a su lado un ramo de rosas rojas. Repentinamente recordé el sueño y recapacité en la situación que parecía relacionarlo, mientras otra clase de emociones tomaban el lugar predominante en la experiencia; un caleidoscopio de ideas se sucedían al compás de la música y yo me esforzaba por evitarlas con la sensatez, sin embargo decidí en algún momento que al finalizar el recital trataría de hablarle, mi deseo de conocerla tomaba fuerza y algo desconcentrado, pensaba en las cosas que podía decirle al abordarla, sin encontrar alguna que me convenciera del todo. Entonces una ayuda externa vino a zanjar el asunto, la señora de las flores le preguntó algo casi en silencio y ella levantó la libreta para mostrarle alguna de sus anotaciones, lejos de mi posibilidad de leerla, excepto por el nombre escrito en la parte superior de la hoja: Sabrina Heredia.

El triángulo se había cerrado con las flores en el centro, y yo exhalé conteniendo la risa ante lo irracional de la escena, lo cual, a la larga determinó que le restara importancia hasta el punto de pensar que, como en otras ocasiones, las muchas expectativas han dado con grandes decepciones y que las cosas en fin, nunca son lo que parecen; esto redujo mi ansiedad y el propósito pasó de imperioso a sólo posible, aunque digno de intentarse. En esas, sin advertirlo, el maestro dio término a su presentación y sin esperar los aplausos, se encaminó a la salida. Yo en un impulso precondicionado por mi curiosidad, salté decidido a atajarlo porque este otro plan sí conservaba el rótulo de imperioso, ante la posibilidad de no ver en otra ocasión este instrumento en manos del informante idóneo, logrando mi cometido para alegría de otros asistentes con iguales intenciones y dando al traste con mis planes de conquista.

De todas formas, ¿qué opción tendría un hombre en pantaloneta y camiseta sucias y apestosas en la osadía de acercarse a una mujer limpia y perfumada de domingo, a cual más de hermosa y angelical? me preguntaba con intención de consolarme en tanto el músico respondía a mis preguntas mientras acariciaba su laúd. Otras personas se acercaban con sus inquietudes formando un corrillo a mi alrededor y una voz femenina que llegaba a mi lado me preguntó algo acerca de lo que en ese momento explicaba el concertista. Era Sabrina, que nuevamente intervenía en mi conflicto interior con su cántaro refrescante, aliviando mi carga y de paso imponiéndose como el mejor motivo para invertir mi tiempo desde ese instante. Durante unos minutos nos abstraímos en una intensa conversación, cada vez más alejados del laúd que a intervalos se acercaba a la salida, luego la sorprendí un poco al llamarla por su nombre, lo cual sirvió para trasladar el tema a terrenos más personales. El Cristo sonriente fue el último testigo en el lugar, del encuentro entre dos almas similares que se reconocían en los mutuos comentarios, quizás algo apresurados en el interés de comunicarse, ante la inminente llegada de su madre, que venía a recogerla para asistir a un almuerzo, que era la otra ocasión para la que se había vestido ese día, descomplicada y elegante, sencilla... divina. Al subirse en el carro se despidió con una última seña, tan natural como su actitud previa, a pesar de mi decepcionante presencia, de la que constantemente intenté  alejarla  para no causarle tan mala impresión.

Sábado veintiuno de Septiembre: Observando detenidamente la hojita que me dio, la misma que vi escrita con su nombre en la iglesia pero con su número de teléfono agregado al margen, recortada de una lista de notas que quería conservar, no me decidía a llamarla, como en toda la semana, intentando compaginar la idea que tenía de ella con mis posibilidades técnicas y económicas del momento, hasta que al fin, sobrepuesto a las conjeturas, la llamé para invitarla a almorzar el domingo, lo que implicaría un gasto menor que salir esa noche; además acordamos ir al concierto de la sinfónica en el Parque Nacional, después de la misa en San Juan de Ávila, a la que, según me dijo, le gustaba asistir. Toda la semana había pensado en ella y en las analogías con el sueño que me sugerían que algo excepcional se estaba presentando y que tal vez, había conocido a la mujer especial para mí, el motivo de mi vida; si no, por qué se molestaría el “más allá” en advertirme su encuentro? Si era ella, no podía menos que alegrarme de momento, por su belleza, y expectante llegué a recogerla a la hora acordada.

Pero el destino se tiene guardadas sus cartas y constantemente nos repite que la vida no está al alcance de nuestro entendimiento. Al verla salir me sentí abrumado porque, aunque estaba aún más bella de lo que la recordaba, me pareció de menor edad que el domingo anterior. Probablemente el atuendo informal estaba más acorde con su juventud y la bandana rojiza que también traía hoy, reforzaba esa apariencia sujetando una cola en su cabello. Una nueva mezcla de sentimientos vino a acompañar mi día, que a pesar de eso estuvo de lo mejor. En la misa nos sentamos en las gradas del altar de frente a la multitud y yo me imaginaba las cosas que podían estar pensando quienes nos observaban muy juntos y susurrantes: —¿Será el papá? ¿Será un hermano? ¿Un asaltacunas?— y se persignaban. Al salir tuve que preguntarle lo inevitable: —¿Y cuántos años tienes tú?  Veintiuno, me respondió—, y tras un corto silencio le dije: —¿Sabes cuántos tengo yo? Treinta y seis.— pero a ella no pareció importarle. En el concierto del parque la pasamos de maravilla; la orquesta, la música, el sol en el cielo sin nubes. Nuestra conversación discurría fácil y alegre, a veces confidente. Caminando se enganchó a mi brazo correspondiendo a la familiaridad  con la que tan pronto nos tratamos y en el restaurante no nos dimos cuenta que había más gente, para nosotros sólo estábamos ella y yo. Al atardecer la llevé a su casa y me invitó a entrar. Yo acepté algo preocupado por encontrarme con su mamá, pero sabiendo que lo más probable era que “lo nuestro” no iba a pasar a mayores con o sin su intervención, y para mi sorpresa, ella y también su padre se mostraron muy complacidos conmigo y demostraron ser personas de amplia cultura.

Sabrina estudiaba Publicidad y Mercadeo en la Universidad de la Sabana y era periodista y presentadora del canal universitario. Ese domingo vimos en su cuarto algunos videos de su actividad y me contó muchas de sus peripecias. También vi recostada contra un sillón, una guitarra que a veces tocaba y a partir de esto supe que formaba parte de un coro de música litúrgica llamado Altair, en el que ella era la voz soprano. Estaba demostrado que una mujer bella puede ser también inteligente y talentosa en áreas creativas. Demasiadas emociones para un solo día. Ella reunía tantas cualidades que me resultaba difícil oponerme a las verdades que conocía respecto a una positiva relación entre personas con edades tan diferentes. Yo sabía que lo más probable en ellas es que se impongan las necesidades o los gustos propios de la edad, terminando por separar lo que parece fuertemente ligado y dejando más estropicios que beneficios, o en el mejor de los casos, que el mayor influya determinantemente en el menor, afectando su normal desarrollo aunque ambos estén decididos a sobrellevarlo. Esta certeza logró contrariarme hasta el punto de esperar con ansias el encuentro definitivo con el defecto que me diera el motivo indiscutible para dejar las cosas de ese tamaño.

El martes le propuse asistir para el mediodía del miércoles a un concierto de piano en el auditorio del Museo Nacional, en el que cada semana se realiza alguna presentación de música clásica de intérpretes nacionales o extranjeros y a las que estaba yendo con cierta frecuencia, y de paso podríamos ver la exposición temporal de los grabados de Rembrandt que estaba por terminar y me interesaban mucho. Me dijo que tenía clases casi todo el día pero que dado el caso, iría a encontrarse conmigo en el museo, ante lo cual no me hice muchas ilusiones, pero de todas formas allá estuve un cuarto de hora antes por si al final se daba el caso.

El recital empezó puntual y entre los asistentes no estaba ella. Yo me senté en el centro del auditorio para escuchar el mejor sonido posible y me hundí en la música profundamente. Al primer intermedio se abrieron las puertas para que entraran más personas, yo me erguí en la silla para que me viera y miraba a ambos lados por si la veía entrar, pero no, las puertas se cerraron y el pianista comenzó la segunda pieza, yo resignado decidí escuchar, pero cuando me encontraba más concentrado, sentí que alguien me miraba y de un movimiento volteé en la dirección precisa para encontrarme con los ojos y la sonrisa de Sabrina que estaba unas filas atrás. De un vistazo se me presentó nuevamente la mujer que parecía algo mayor a su edad, vestida con una ropa muy femenina, bastante atractiva y de buen gusto, tenía el pelo suelto y lucía mucho mejor que las dos veces anteriores, no creo exagerar al decir que la encontré todavía más bella, en verdad parecía un ángel, de inmediato fui a sentarme a su lado y la besé en la mejilla sin decirle nada, tenía un perfume delicioso. Durante el concierto hablamos poco y en tono comedido, por mi parte estaba experimentando una sensación muy especial, una sensación cercana al amor.

Ella había recorrido unos treinta kilómetros desde la universidad en Chía hasta el museo en el centro de la ciudad para encontrarse conmigo a mitad de semana de estudio, lo que dejaba en claro que no sólo yo estaba interesado de alguna manera en esta relación de la que ignorábamos su destino. Yo no quería saber nada de edades en esas horas que estaba disfrutando de tan excelsa compañía. En la exposición de grabados me hizo varios comentarios que me permitieron ver que estaba enterada de esta técnica y del artista, y que había ido realmente interesada en verla, yo por momentos me separaba del grupo que escuchaba al guía para detallar otras obras, pero siempre volvía la mirada hacia Sabrina que las sobrepasaba a todas. Al acercarme a ella viéndola sola frente a un cuadro, me di cuenta que tenía los brazos cruzados, abrazándose la cintura en actitud de abrigarse, yo llegué desde atrás y abrazándola igual, le tomé las manos que, efectivamente estaban heladas. Ella me apretó un poco, envolviéndose más con mis brazos mientras yo pegaba todo mi cuerpo contra el de ella y mi mejilla en la suya para darle calor, y así permanecimos un buen rato sin hablar, no con palabras por lo menos, teniendo en cuenta que nos estábamos comunicando con sensaciones. Yo contuve mis deseos de besarla a pesar de que sentía que ella lo esperaba, porque volvían a mí los razonamientos que lo impedían. Por más que quisiera, no podía evadirlos.

Esa tarde estuvimos conversando en el café del museo en donde comimos un sandwich y algo de fruta, y más tarde un postre y varios capuchinos, yo me estaba gastando mis restos, pero si hubiera tenido que dejar algo por pagar, lo habría hecho para evitar que se disipara el encanto; en cambio no logré evitarlo cuando en la conversación introduje el tema de las edades y mis ideas al respecto. Yo traté de acercarlas diciéndole que hacía sólo siete semanas tenía un año menos y ella remató diciendo que en sólo seis meses tendría uno más, el veintiuno de marzo. Aunque nos reíamos, se traslucía algo de tristeza en nuestro semblante. Como a las cinco emprendimos el regreso. La llevé a su casa y fui a la universidad para la clase de dibujo que dictaba a las siete. Mis alumnos me notaron un poco disperso y yo no podía pensar en otra cosa que no fuera este asunto, así que les puse bastante trabajo y me senté a fingir que leía.

En esos días escasamente hablamos por teléfono, pero su voz la tenía muy presente. Una vez le dije que me estaba volviendo adicto a su voz porque me parecía muy sensual, y que quería escucharla cantar en el coro, a lo que respondió que no se lo creía porque casi no la llamaba. Al martes siguiente la llevé muy temprano a la universidad y la noté más seria, con razón, pero se lo atribuyó al estudio y al parcial que iba a presentar esa mañana, y después, más alegre, me invitó para el sábado siguiente a la presentación del coro, en una capilla del barrio La Soledad.

Se celebraba una misa para los seminaristas de alguna hermandad que asistían con sus familiares y amigos, una especie de graduación. La capilla por fortuna era espaciosa porque había mucha gente, pero no tenía espacio orfeón posterior sino que se dejó un lugar al costado izquierdo para ubicarlo. Yo llevé la grabadora de periodista para registrar la interpretación y me ubiqué de ese lado, lo más cerca posible. El coro tenía diez integrantes: dos bajos y dos tenores hombres y tres contraltos mujeres al igual que las sopranos, siendo Sabrina la voz central. Desde el comienzo se tomaron el protagonismo por sobre los seminaristas y la acústica del lugar les favorecía logrando un efecto extático en la congregación. Las altísimas voces femeninas apoyadas en las potentes y graves, resonaban en emotivas alabanzas que parecían quedar impresas en las altas esferas, y en prolongados intervalos se aislaban más suavemente tocando el alma de los presentes, ya subyugados. En mi caso, esta emoción la sentí mejor cuando en tres ocasiones determinadas de las cantatas, tras la polifonía surgió a capella sola, la voz de Sabrina en toda su pureza, logrando elevar mi percepción a niveles deleitables que alcanzaron su apogeo durante el Kirye Eleison, en el que me pareció recibir algún mensaje espiritual a través de su voz celestial.

A la salida me acerqué a saludarla y le di un fuerte abrazo. Mientras la gente se iba, estuve hablando con ella y el resto del coro que constantemente recibía elogios. Ya despojada de su toga, fuimos a sentarnos sobre el prado de un parquecito que había al frente antes de que se fuera con el grupo a un almuerzo programado. Le dejé oír apartes de la grabación, que escuchó sonriente y silenciosa mirándome a los ojos, como si intentara decirme algo y se sintiera agradada que la tuviera. Veintiún días atrás la conocí y ese sería nuestro último momento juntos. Quedaban pocas personas cuando me iba y otra vez el motor de arranque se negó a funcionar, instalándome implacablemente en mi realidad, pero esta vez condimentada con las imágenes de Sabrina y su particular aparición. El resto del año nos hablamos por teléfono, pero cada vez con más espacio entre las llamadas. Algunas veces pensaba en el sueño que iba olvidando, y trataba de inferir algún trasfondo, sin conseguirlo; pero, queriendo notar en el número alguna relación, le escribí por internet para desearle feliz navidad y año nuevo, en un mensaje del veintiuno de diciembre, que me respondió con especial interés, y que en el primer párrafo decía:

Hoy es solsticio de invierno y el sol se encuentra en su mayor inclinación al sur, a partir de la cual comenzará su ascención hasta el equinoccio de primavera, su punto más vertical, que será el día de tu cumpleaños. Seis meses después, tras medio ciclo de recorrido, estará otra vez en la misma posición en el equinoccio de otoño, el veintiuno de septiembre. Este sol que impone su deliciosa presencia en nuestras vidas no me deja olvidar que en uno de sus más poderosos días del equinoccio, un día domingo nombrado en su honor, y en su hora más cenital, me encontraba yo disfrutando de uno de los mejores días...

Pero no le conté el sueño ni le dije que esto nos ocurrió en el mes veintiuno del siglo veintiuno, puesto que sólo un tonto supersticioso puede pensar que los mensajes del más allá vienen codificados en un lenguaje incomprensible... o sí?  Tiempo después la vi en la calle, subiendo por la acera en la 140. Me quedé mirándola pero no la reconocí en el primer momento, sólo me llamó la atención una atractiva mujer que llevaba gafas oscuras y caminaba sin prisa, desafiando el viento que bajaba del cerro y le empujaba el pelo y el vestido. En realidad no caminaba, ella levitaba, se desplazaba flotando exenta de las leyes físicas. Viéndola me venía la imagen de un ángel y me preguntaba, teniendo en cuenta que en la vida no existen las casualidades, ¿qué se supone que debíamos aprender de esto, en esos momentos que escogió nuestro destino para aproximarnos, en los que ella era la definición de la gracia y yo de la adversidad?...  una ráfaga de viento me sacó de mis cavilaciones y pude ver a Sabrina en la distancia, que sacaba de su bolso una bandana de tela para sujetarse el pelo.


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